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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Narrativa: Los veinte soles (Cuento)

Por Palujo.

Cuando Benjamín Preciado encontró a su esposa con un hombre metido en la cama, hasta él mismo se sorprendió de su propia reacción: No se inmutó, ni movió una ceja.


—Tranquilos. No se asusten —dijo don Benjamín con fría serenidad —. ¡Vístanse!, ¡vístanse!

La esposa se tiró de rodillas en sus pies, suplicante. El amante, luego de vestirse y mirarlo con ojos de pedir perdón, esperó lo que venga.

—¡Entrégame tu billetera! —habló don Benjamín con firmeza.

El amante sacó la billetera y la entregó sin decir una palabra.

La esposa lloraba con la cabeza inclinada y el pelo cubriéndole parte de la cara.

Don Benjamín, con sumo cuidado, como si se fuera a ensuciar, retiró de la billetera 20 soles y la devolvió al amante.

El amante, desconcertado, no comprendía nada.

—¡Lárgate! —gritó de pronto don Benjamín al atolondrado hombre que no esperó un segundo para retirarse.

La mujer continuaba llorando.

—¡Toma! —gritó don Benjamín a su mujer estirando el brazo y entregándole el billete de 20 soles.

Ella no lo quiso recibir.

—¡Recíbelo¡, si no quieres que lo sepa el mundo.

La mujer recibió el billete.

—Ahora entrégamelo —ordenó don Benjamín a su esposa.

La esposa le devolvió el billete como autómata.

Don Benjamín anotó el número de serie y salió a la calle tirando un portazo. No pasaron cuarenta minutos y estaba de regreso.

La esposa aguardaba sentada en el mueble más grande de la sala.

Don Benjamín mostró el billete de 20 soles cristalizado en mica, como si se tratara de una fotografía para el recuerdo.

—Tu te lo has buscado —dijo como respondiendo al llanto de la esposa.

—¡Perdóname! —suplicó ella.

Don Benjamín colocó el billete enmicado en la mesa del comedor.

—De este lugar, nadie lo podrá mover. Allí permanecerá hasta mi muerte —habló sin mirar a la esposa.

Más tarde, a la hora de la cena, llegó a casa el único hijo de la pareja. Le decían Benjita por llevar el nombre del padre.

—¿De quién es este billete? —preguntó Benjita cogiendo la especie de cuadro que se sostenía sobre la mesa con una base también de cristal.

—Pregúntaselo a tu madre —respondió don Benjamín señalando, con un movimiento de cabeza, a la madre.

El hijo intrigado, volvió la cara.

La madre no abrió la boca; tenía el rostro desencajado.

—Este cuadro, con el billete dentro —intervino el padre—, nadie debe tocar; es algo muy importante. Algún día sabrás porque.

—Qué raro —habló el hijo alzando los hombros y acariciando la cabeza de su madre, quien no podía sostener la mirada.

Al día siguiente la escena se repitió. 

Pasó lo mismo el tercer, el cuarto y quinto día. 

Al sexto día, padre e hijo, al ingresar a casa, encontraron una nota junto al billete de veinte soles:

“No aguanto más. ¡Perdónenme!”

Don Benjamín corrió donde el guardarropa. El hijo lo siguió con la vista. El padre, luego de comprobar que no había prenda de mujer en el ropero, abrazó al hijo y lo condujo hasta el sillón de la sala. Ambos miraron el billete de veinte soles.

—Algo he tenido que haber hecho mal, perdóname tú, hijo mío —dijo el padre, abrazando a Benjita.


Celendín, 26 de octubre de 2016

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